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Mostrando entradas de agosto, 2025

Un deseo pactado compartido

M I NOMBRE ES ELENA, Y AUNQUE el tiempo ha tejido sus hilos plateados en mi cabello, mi espíritu sigue ardiendo con la misma intensidad que a los dieciséis años, cuando conocí a Andrés. Era una época de descubrimientos, mi cuerpo en plena metamorfosis: senos que se hinchaban como frutos maduros, caderas que se curvaban invitando al tacto, y un deseo constante que me mantenía despierta por las noches, anhelando el roce de piel contra piel. Andrés, con sus ojos oscuros y su sonrisa traviesa, fue mi primer y único amor verdadero. Nos encontramos en una fiesta de barrio, y desde entonces, no pudimos separarnos. En aquellos días, mi hogar era un nido de reglas estrictas, con padres vigilantes que no permitían ni un minuto a solas. Pero tenía una aliada inquebrantable: mi amiga Laura, hija única de una madre divorciada que trabajaba de sol a sol en una oficina del centro. Su casa era nuestro refugio secreto, un apartamento modesto pero acogedor, con cortinas gruesas que amortiguaban los soni...

El juego de Arancha con su vibrador

LA HABITACION ESTÁ BAÑADA  por una luz tenue, un velo ámbar que se cuela por las cortinas entreabiertas y acaricia los contornos de nuestros cuerpos desnudos. El aire huele a jazmín y a deseo, una mezcla embriagadora que me envuelve mientras observo a Arancha. Está frente a mí, recostada sobre la cama, con una sonrisa pícara que promete un torbellino de sensaciones. Sus ojos, oscuros y profundos, brillan con una chispa de desafío, y su melena negra cae en cascada sobre sus hombros, rozando la curva de sus pechos. Es un cuadro vivo, una diosa que sabe exactamente cómo jugar con el fuego que arde en mi interior. —Vamos, cariño, ¿estás listo para mí? —susurra, su voz un ronroneo que me eriza la piel. No respondo con palabras. Mi cuerpo ya lo hace por mí: mi erección tensa, mi respiración entrecortada. Arancha toma el vibrador, un objeto elegante de silicona negra que brilla bajo la luz. Lo sostiene con una mano, como si fuera una extensión de su poder, y con la otra se acaricia lentam...

Un volcán en la penumbra

L A OSCURIDAD DE MI CUARTO es un refugio, un lienzo negro donde mis deseos se pintan con fuego. Estoy sola, tendida sobre las sábanas, mi piel ardiendo bajo el peso de un anhelo que no descansa. Mi cuerpo es un volcán, siempre al borde de la erupción, y esta noche no hay nada que me detenga. Mis manos, inquietas, comienzan a recorrer mi piel, ansiosas por desatar la tormenta que ruge en mi interior. Mis dedos encuentran primero mi cuello, donde el pulso late con fuerza, como un tambor que marca el ritmo de mi excitación. Descienden con lentitud, rozando la curva de mi clavícula hasta detenerse en mis pechos. Los acaricio, los aprieto con una mezcla de suavidad y urgencia, mientras mis pulgares juguetean con mis pezones, ya endurecidos, sensibles al menor roce. Un pellizco suave me arranca un gemido, y siento cómo el calor se concentra en mi centro, un cosquilleo que me hace arquear la espalda contra la cama. Mis manos, guiadas por el deseo, bajan más, explorando la piel suave de mi vie...

Pasión en el Madrid revolucionario

MADRID, VERANO DEL 1936. El aire era un torbellino de pólvora y jazmín, un contraste que se enredaba en las calles y en los cuerpos que se resistían al caos del alzamiento nacional. Pura, con su melena negra cayendo en cascadas rebeldes y sus ojos de carbón ardiente, era una mujer de fuego y delicadeza, una contradicción que atraía como un imán. En la taberna cerca de la Plaza Mayor, donde servía vino con una sonrisa afilada, los hombres la miraban como si fuera el último refugio en un mundo al borde del abismo. Pura tenía un vicio secreto: los señoritos. Esos hombres de camisas almidonadas, con manos finas que parecían no conocer el trabajo duro y una insolencia envuelta en modales que la hacían arder. Pero fue Juan Pablo quien la atrapó, como un depredador que sabe exactamente dónde clavar su garra. Estudiante de ingeniería, alto, con el cabello castaño desordenado y una sonrisa que destilaba veneno dulce, no había en Madrid un golfo como él. Sus ojos verdes, turbios como un río en t...

Encuentro apasionado en la discoteca

E STABA EN LA DISCOTECA con mis amigas, rodeada de un torbellino de luces estroboscópicas que parpadeaban como estrellas fugaces en la oscuridad. El bajo de la música retumbaba en mi pecho, un pulso primitivo que hacía vibrar cada célula de mi cuerpo. Habíamos venido a liberarnos, a bailar hasta que el sudor perlase nuestra piel y el mundo exterior se desvaneciera en un eco lejano. Reía con ellas, girando sobre mis tacones altos, mi vestido negro ajustado ceñido a mis curvas como una segunda piel, pero entonces lo vi. Él estaba al otro lado de la barra, alto y misterioso, con una camisa oscura que se adhería a su torso musculoso. Sus ojos, intensos y oscuros, se clavaron en los míos a través de la multitud. Fue como si el tiempo se detuviera; el ruido se amortiguó, y solo quedó esa mirada ardiente, cargada de promesas silenciosas. Me hizo señas con un gesto sutil, un gesto de cabeza y una sonrisa ladeada que envió un escalofrío por mi espina dorsal. Mi corazón latió con fuerza, un ritm...

Un torbellino en el archivo

E L CUARTO DE LOS ARCHIVOS era un refugio de sombras y silencio, un laberinto de estanterías repletas de carpetas que olían a papel viejo y tiempo olvidado. Era mi primera semana en la oficina, y aunque intentaba mantener la cabeza en mi tarea de ordenar documentos, mi mente seguía desviándose hacia Clara. Ella era un destello de fuego en la monotonía del lugar: su cabello castaño cayendo en ondas suaves, su cuerpo envuelto en una blusa que marcaba la curva de sus pechos, y esa mirada suya, cargada de intenciones, que se cruzaba con la mía cada vez que pasaba por mi escritorio. El anillo en su dedo brillaba como un recordatorio de lo prohibido, pero sus ojos, oscuros y profundos, parecían susurrarme que las reglas podían romperse. Esa mañana, mientras apilaba carpetas en una estantería, el clic de la puerta al abrirse apenas me distrajo. Pero el sonido del cerrojo al cerrarse hizo que mi corazón diera un vuelco. Me giré y allí estaba Clara, apoyada contra la puerta, con una sonrisa que...

Descubrí mi fantasía con una pareja de japoneses

E L AIRE DE ALICANTE ERA UN susurro ardiente, cargado de sal y promesas que me encendían la piel. No había venido solo por el sol abrasador o las playas atestadas; buscaba algo más, algo que me arrancara de mí misma y me arrojara al abismo del deseo.   Soy Valentina, y en mi segundo día en la ciudad, Javier me encontró en un bar del casco antiguo. Sus ojos negros me desnudaron antes de que nuestras copas chocaran, y esa noche, en su apartamento con vistas al castillo de Santa Bárbara, follamos con una furia animal. Sus manos cartografiaron mi cuerpo como si fuera suyo, y cuando me penetró, duro y profundo, grité “¡me encanta, cómo disfruto!” mientras me corría una y otra vez, hasta que colapsamos, empapados en sudor y éxtasis. ¡Pero Alicante tenía más para mí!.   Antes de partir a Madrid, una fantasía me consumía: quería follar con una pareja de japoneses, chico y chica, saciar esa curiosidad que me quemaba. Siempre me había preguntado si los hombres japoneses tenían su polla ...