—Sara, mi reina, arriba te espera un servicio especial. Pareja joven buscando trío. Es un regalito de ella para él… regalo de aniversario.
—¿Edades?
—Él treinta y cinco, ella veintiocho. Están nerviositos, pero con muchas ganas.
—Perfecto. Me preparo y subo.
Me duché despacio, dejando que el agua caliente resbalara por mis pechos y mi vientre como una caricia anticipada. Elegí lencería blanca de encaje sin sujetador, para que mis pezones se marcaran duros y visibles, medias hasta medio muslo que abrazaban mi piel, maquillaje suave pero con labios rojos intensos, y unté lubricante en mi ano por si la cosa se ponía salvaje. Me envolví en el albornoz de seda y subí. La habitación olía a jazmín, luz tenue, sábanas blancas recién puestas. El ambiente perfecto para pecar.
Llamaron. Abrí y allí estaban: él alto, fuerte, con esa mirada de deseo contenido; ella una diosa menuda de ojos verdes cristalinos, vestido gris ajustadísimo que marcaba sus tetas perfectas y el culito redondo. Me quedé mirándola con hambre.
—¿Cómo queréis empezar, mis amores? —pregunté dejando caer el albornoz lentamente, quedándome solo con la lencería.
Ella se mordió el labio, colorada.
—Quiero… quiero que empieces con él. Yo miro y aprendo —susurró con voz temblorosa.
Me acerqué a él, tomé su mano y la puse directamente sobre mi teta izquierda.
—Tócame, cariño. Siente lo duras que tengo las tetas solo de veros.
Él apretó, gimió bajito. Bajé su mano hasta mi coño, ya empapado.
—¿Notas lo mojada que estoy? Esto lo habéis provocado vosotros.
Me arrodillé, le bajé la cremallera y saqué su polla gruesa, venosa, palpitante.
—Joder, qué polla más rica tienes —dije mirándolo a los ojos antes de metérmela entera en la boca.
La chupé despacio al principio, lamiendo cada vena, succionando el glande hasta que él gruñó:
—Dios, Sara… me vas a hacer correrme ya…
A mi lado, ella se tocaba bajo el vestido.
—Quítate la ropa, preciosa —le dije sacando la polla de mi boca, brillante de saliva—. Ven aquí, que esta polla necesita tu coño calentito.
Se desnudó temblando. La llevé a la cama, abrí sus piernas y guié la polla de él hasta su entrada.
—Métetela, amor —le dijo ella jadeando—. Fóllame delante de ella, quiero que vea cómo me llenas.
Él empujó y se hundió de golpe. Ella gritó de placer:
—¡Sí, joder, así! ¡Métemela toda, rómpeme el coño!
Follaron como animales veinte minutos, ella gritando:
—¡Más fuerte, cariño! ¡Fóllame como a una puta, dame caña!
Él se corrió rugiendo:
—¡Me corro, me corro dentro… toma todo mi semen, amor!
Se apartó y ella, aún sin correrse, se tocaba el coño lleno de leche.
Yo me lancé entre sus piernas.
—Ahora me toca a mí comerte este coño lleno de semen —le dije antes de lamerla de abajo arriba.
Ella se arqueó:
—¡Sí, come mi coño, Sara! ¡Lámeme el clítoris, méteme la lengua… joder, qué bien comes!
La devoré hasta que se corrió tres veces seguidas, gritando:
—¡Me corro, me corro en tu boca… no pares, mi puta pagada, trágame entera!
Él, viéndola retorcerse, volvió a empalmarse.
—Ven aquí, guarro —le dije abriendo las piernas—. Fóllame tú ahora, méteme esa polla hasta el fondo.
Me penetró de una estocada, follándome salvaje.
—¡Dame caña, cabrón! ¡Fóllame como la puta que soy, goza de mi que para eso me pagas!
Ella, a mi lado, se masturbaba:
—Mira cómo te folla, amor… mírale las tetas botando… yo me toco viéndoos, estoy chorreando.
Después me puse a cuatro patas.
—Fóllame por detrás mientras yo le como el coño a tu mujer.
Él me clavó la polla hasta los huevos.
—¡Sí, dame fuerte! ¡Quiero sentirte reventarme el coño!
Y yo, con la boca pegada al coño de ella:
—Dime lo que quieres, puta… ¿quieres que te coma hasta que llores de placer?
—¡Sí, cómeme, Sara! ¡Chúpame el clítoris mientras tu coño se traga su polla!
Él se corrió dentro de mí gritando:
—¡Toma, zorra, llénate de leche!
Yo me subí encima de ella, junté nuestros coños y empezamos a frotarnos.
—Siente mi coño contra el tuyo, preciosa… ¿te gusta sentir el semen de tu marido saliendo de mí y manchándote?
Ella gemía como loca:
—¡Joder sí! ¡Frótate más fuerte, quiero correrme rozándome contigo… mi clítoris contra el tuyo… ¡me corro, me corro contigo, puta!
Nos corrimos las dos a la vez, gritando, temblando, chorros de jugo mezclándose.
Él protestó riendo:
—¡Oye, que este era mi regalo, no me dejéis fuera!
Saqué el arnés del cajón, me lo puse con el dildo gordo y curvo.
—¿Quieres que te follemos los dos a la vez, guarra? —le pregunté a ella.
Ella abrió las piernas temblando:
—¡Sí, por favor! ¡Quiero sentiros a los dos dentro!
Él se puso detrás, lubricó su polla y se la metió despacio por el culo.
—¡Joder, amor… me estás abriendo el culo… métemela toda!
Yo me coloqué delante y empujé el dildo hasta el fondo de su coño.
—Ahora sí, puta… te vamos a follar por los dos agujeros hasta que revientes de placer.
Empezamos a movernos al unísono. Ella gritaba sin control:
—¡Sí, folladme, los dos… me estáis partiendo en dos! ¡Más fuerte, joder, más profundo! ¡Me corro… me corro como una loca… no paréis, reventadme el coño y el culo!
Se corrió tan fuerte que se convulsionó entre nosotros, el cuerpo temblando sin control, chorros de squirt salpicando, gritando incoherencias mientras su coño y su culo nos apretaban como locos.
Al final caímos los tres exhaustos, sudorosos, abrazados. Las dos horas habían sido un incendio.
Al despedirnos, beso profundo a cada uno. Ella me deslizó su número con dedos temblorosos.
En casa la llamé y le expliqué las reglas del burdel, pero le di direcciones de bares donde podría saciar ese fuego nuevo que llevaba dentro.
Nunca volvió. Pero sé que sigue gritando así en alguna cama.
Continuara...


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