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Micro relato Erótico: Trio con dos clientes en el burdel

Perdóname, mi amor, pero no puedo parar de escribirte esto con el coño todavía palpitando de ayer, imaginándote a ti sola en casa, con las piernas abiertas, metiéndote los dedos hasta el fondo mientras lees y te retuerces de placer. Me muero de ganas de llegar y lamerte yo misma cada gota. Ayer fue un día que me tuvo empapada desde la mañana, pensando en ti, en mi Rosa, y en cómo íbamos a follar como locas al terminar el turno.

Cinco hombres pasaron por mi cama en ese Barcelona gris y frío. Yo hice cinco servicios; tú, cuatro. Las dos con nuestra promesa: disfrutar lo justo y guardar los orgasmos más brutales para nosotras. El primero fue ese señor de cincuenta y tantos, fuerte y cuidado. Lo recibí con el picardías blanco que te vuelve loca, medias transparentes y unas braguitas tan mínimas que mi coño depilado se transparentaba. Lo desnudé despacio, rozándole el pecho, la barriga, hasta sacar su polla dura y palpitante. Me arrodillé, me la metí entera en la boca, chupando fuerte, tragando hasta la garganta mientras pensaba en tu sabor dulce. Lo mamé hasta que sus rodillas temblaban, entonces me tumbé, abrí las piernas hasta partirme y le ordené: «Cómete mi coño hasta que me corra en tu cara». Se lanzó como un poses, lamiendo mis labios mayores, chupando el clítoris hinchado, metiendo la lengua dentro como si quisiera follarme con ella. 

Yo le agarré el pelo y le aplasté la cabeza: «¡Más fuerte, cabrón, lame mi coño como si te murieras de hambre!». Me corrí gritando, chorreado, inundándole la boca y la barbilla de mis jugos. Luego me folló a lo misionero, profundo y rápido, corriéndose dos veces dentro hasta que el semen me rebosaba por los muslos. Me limpié, crema espermicida, gel lubricante, y al siguiente. Los dos intermedios, rutina sin más. Pero los últimos dos… Dios, amor, esos me dejaron el cuerpo destrozado de tanto correrme. Julia entró cuando me aseaba: «Albornoz y arriba. Los dos de siempre, pero hoy han pagado las dos horas para follarte sin límites, los dos a la vez, como quieran». Ya sabía que esta vez querían todo. 

Me maquillé como una puta cara, me puse el salto de cama más corto, sin bragas, el coño y el culo al aire, y subí a la habitación de la cama redonda. Los abracé fuerte: uno delante me metía la lengua en la boca mientras me retorcía los pezones; el otro detrás me abría las nalgas y me lamía el ano mientras me metía dos dedos en el coño. Ya chorreaba antes de empezar. —Hoy te vamos a reventar, guarra —dijo el mayor, con esa voz chula que me pone—. Queremos verte correrte como una perra en todas las posturas. Empezamos con los dos comiéndome el coño a la vez: yo de pie, una pierna subida a la cama, ellos arrodillados, lenguas peleándose por mi clítoris, dedos dentro de mí, hasta que me corrí la primera vez gritando: «¡Sí, joder, comedme el coño los dos, no paréis, me corrooo!». 

El más joven se tumbó boca arriba, polla gruesa y venosa apuntando al techo. Me subí encima, me la clavé despacio en el coño hasta sentarme entera: «¡Joder, qué gorda, rómpeme el coño con esa polla!». Empecé a cabalgarlo salvaje, subiendo y bajando, mis tetas rebotando. El otro se colocó detrás, escupió en mi culo y empujó su polla dura hasta el fondo de un golpe.

Me tenían empalada en doble penetración: una polla destrozándome el coño, la otra el culo, moviéndose al mismo ritmo brutal. Sentía cómo se rozaban dentro de mí, separadas por esa pared fina, llenándome hasta reventar. «¡Folladme más fuerte, cabrones, rompedme los dos agujeros!», chillaba yo mientras me pellizcaban los pezones y me daban azotes en las nalgas. 

Me corrí como una loca, contrayendo coño y culo alrededor de sus pollas, chorreado como una perra en celo. «¡Me corro, joder, me corro con vuestras pollas dentro!». Se corrieron casi juntos: el del coño gruñendo mientras me inundaba de leche caliente hasta desbordar; el del culo apretándome las caderas y vaciándose en mi ano hasta la última gota. Sentí el semen caliente chorreándome por los muslos. 

Pero no paramos. Me pusieron a cuatro patas: uno me follaba la boca hasta la garganta, el otro alternaba coño y culo, embistiendo como un animal. Me ahogaba en polla mientras me reventaban por detrás, corriéndome otra vez cuando me metieron los dedos en el clítoris al mismo tiempo. Luego me levantaron entre los dos: uno delante me penetró el coño de pie, sujetándome una pierna en alto; el otro detrás me abrió el culo y me clavó su polla de nuevo. 

Me follaban en sándwich de pie, yo colgando entre sus cuerpos, tetas rebotando, gritando: «¡Sí, folladme así, usadme como una puta, quiero más polla!». Otra corrida brutal, temblando entera, chorros de mis jugos cayendo al suelo. Después me tumbaron boca arriba, uno se sentó en mi cara y me hizo lamerle el culo y las pelotas mientras el otro me follaba el coño a lo bestia, luego cambiaron. Me metieron los dedos en el culo mientras me comían el coño otra vez, tres lenguas y manos por todos lados hasta que exploté otra vez. Volvimos a la doble: esta vez yo encima del mayor, su polla en mi culo, el otro de pie metiéndomela en el coño desde arriba, embistiendo como un martillo.

Me corrí tantas veces que perdí la cuenta, gritando obscenidades: «¡Reventadme, cabrones, llenadme de leche, quiero sentiros correros dentro otra vez!». Al final los vacié del todo: pollas flácidas, cuerpos sudados, sin fuerzas ni para tocarse. Yo tenía el coño y el culo hinchados, rojos, rebosando semen por todas partes. Las mujeres somos las que mandamos, mi vida. 

Me duché largamente, me limpié cada agujero, cobré el doble y corrí a casa para meterme entre tus piernas, lamerte el coño hasta que te corras gritando mi nombre, meterte la lengua y los dedos mientras me cuentas tu día y nos follamos hasta que no podamos más.

Continuara...

por: © Mary Love
Mary Love (@tequierodori) / X


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