El 26 de diciembre de 2025, dejamos atrás el camping de la Garrotxa y pusimos rumbo a Barcelona. Mañana volvemos a la rutina del trabajo, y a las dos nos invade una pereza inmensa, como si el cuerpo se resistiera a romper esa burbuja de placer y complicidad que habíamos tejido durante las fiestas.
El día de Navidad había sido perfecto para no movernos del sofá. Por la mañana, con algo de energía, paseamos por Olot, disfrutando del aire fresco y de las calles casi vacías. Comimos de maravilla en un restaurante del centro: platos generosos, vino tinto que nos calentaba la sangre y nos ponía la piel sensible. Al volver al bungalow, la lluvia empezó a caer con fuerza, un diluvio que golpeaba el tejado como un tambor constante, hipnótico.
En esa cama estrecha, con el frío colándose por las rendijas, nos refugiamos bajo las sábanas. Empezó con caricias lentas, besos suaves en el cuello, pero pronto el deseo nos devoró. Lola me quitó la camiseta con urgencia, chupándome los pezones hasta endurecerlos como piedrecitas, mordisqueándolos mientras yo gemía y le arañaba la espalda. Bajé mi mano entre sus piernas, encontrándola ya empapada, su coño hinchado y caliente palpitando bajo mis dedos. La penetré despacio con dos dedos, curvándolos para rozar ese punto que la vuelve loca, mientras mi pulgar masajeaba su clítoris en círculos rápidos.
—Joder, amor, méteme más... ¡Fóllame fuerte! —suplicó, arqueando las caderas.
Añadí un tercer dedo, embistiéndola con ritmo salvaje mientras ella me devolvía el favor: su boca en mi coño, lamiendo de abajo arriba, succionando mi clítoris como si quisiera tragárselo. Nos corrimos casi al unísono esa primera vez, sus jugos chorreando por mi mano, mis fluidos empapando su cara. Pero no paramos. Nos frotamos coño con coño, resbaladizas, calientes, los labios mayores abriéndose para que nuestros clítoris se rozaran directamente. Follaron toda la tarde así, con ganas animales, sudorosas, gimiendo alto mientras la lluvia competía con nuestros fluidos.
Al anochecer, exhaustas pero aún hambrientas, nos vestimos a toda prisa y cenamos en el restaurante del camping. La comida nos reconfortó, pero las miradas que nos lanzábamos prometían más. Corrimos de vuelta bajo la lluvia torrencial, riendo, empapadas, besándonos en la puerta del bungalow.
Intentamos ver una película, acurrucadas bajo una manta en el sofá pequeño. Pero las manos traicioneras no tardaron en explorar: yo deslizando los dedos bajo su camiseta para pellizcarle los pezones, ella metiendo la mano en mis pantalones para acariciar mi coño aún sensible. La película quedó olvidada; la cama nos llamaba.
Lola ardía, y yo era la gasolina.—Cariño, trae la maleta pequeña. Hoy vamos a ser muy malas —susurró con voz ronca, los ojos brillantes de lujuria.
Sonreí pícara mientras sacaba nuestros juguetes: dildos de silicona, un arnés, y su vibrador favorito.
Nos desnudamos despacio, disfrutando de la piel erizada por el fresco. Rosa se puso esas bragas especiales, con la bolsita delantera. Colocó el pequeño vibrador justo sobre su clítoris, ya hinchado y rojo de tanto deseo, y me pasó el mando.
Empecé en baja intensidad. Un gemido profundo escapó de su garganta, sus caderas se movieron solas. Subí un poco más, y ella jadeó, abriendo las piernas.
Me tumbé sobre ella, desnuda, besándola con lengua voraz mientras presionaba mi coño contra las bragas vibradoras. La vibración se transmitía deliciosa a mi clítoris, constante, insistente. Nos frotamos con furia, mis jugos empapando la tela, sus gemidos cada vez más altos.—Dios, amor, sube más... ¡Quiero correrme en tu coño! —gritó.
Aumenté la potencia al máximo. El zumbido nos envolvió, y empecé a moverme más rápido, tribando con fuerza, nuestros pechos aplastados, pezones duros rozándose.—Joder, sí, fóllame así... ¡Mi coño está ardiendo, voy a explotar! —gemí yo, perdida.
El orgasmo nos arrasó como una ola gigante: cuerpos temblando, coños contrayéndose, gritando obscenidades que avivaban el fuego. "¡Córrete, puta mía, chorrea todo sobre mí!" "¡Dame tu leche, amor, rómpeme!" Si el mundo se hubiera acabado, no lo habríamos notado.
Jadeantes, sudorosas, Lola me miró con ojos nublados.—Cariño, casémonos y dejemos el trabajo. Te deseo tanto que no podré pensar en otra cosa...Tardé en reaccionar, aún flotando en el placer.—¿En serio? ¿Quieres un futuro juntas, envejecer de la mano?—No deseo nada más. Eres mi vida.
El silencio nos envolvió mientras yo acariciaba su melena rubia. Mi obsesión brotó de nuevo.—Y podríamos tener un hijo...Se volvió loca de alegría, abrazándome fuerte, besándome con lágrimas. Para nosotras, tras el aborto que aún dolía, era el sueño más grande.
Planeamos entre susurros: vender el piso, yo actualizarme para ingeniería, ella trabajar en lo que saliera. Con ahorros, criaríamos a nuestro hijo con amor pleno.
Pero los sueños se sellaron con más sexo. Saqué el dildo grande del arnés y me lo coloqué. Lola se puso a cuatro patas, el culo alzado, el coño brillando de jugos.—Métemelo todo, amor... ¡Fóllame como una perra! —suplicó.
La penetré de un golpe, profundo, sintiendo cómo su coño me apretaba. Embistiendo fuerte, una mano en su clítoris vibrando aún, la otra azotando su culo. Ella gritaba, empujando hacia atrás.—Más duro, joder... ¡Rómpeme el coño, hazme correr otra vez!
Cambiamos: ella con el arnés, follándome a mí contra la pared, mis piernas alrededor de su cintura, mordiéndonos los labios mientras el dildo entraba y salía, empapado. Nos corrimos de nuevo, gritando, chorros de placer, hasta caer rendidas en la cama, entrelazadas y exhaustas.
A la mañana siguiente, despertando de ese sueño erótico, le pregunté juguetona:—Cariño, ¿aún quieres casarte conmigo?
Me mordió el labio con pasión feroz.—¿Tú qué crees? Ven aquí, que te lo demuestro otra vez...Y volvimos a empezar, porque con ella, el deseo nunca termina.
Continuara...


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