Estaba en la cama con Javier, su cuerpo pesado y cálido sobre el mío, su polla entrando y saliendo con esa cadencia tranquila que antes me volvía loca. Pero esa noche, mientras él gemía en mi oído, yo cerraba los ojos y solo veía a Rita. Sus labios carnosos, su risa ronca, el modo en que me miraba como si quisiera comerse cada centímetro de mi piel. Javier se corrió dentro de mí con un gruñido satisfecho y yo fingí un orgasmo que no llegó ni de lejos. Me quedé mirando el techo, con su semen resbalando entre mis muslos, y supe que tenía que hacer algo.
Al día siguiente, mientras desayunábamos, solté la bomba.“Javi… quiero que abramos la relación.”Él dejó la taza a medio camino de la boca. No se enfadó. Javier nunca se enfada. Solo me miró, serio, y preguntó por qué. Le conté la verdad a medias: que necesitaba espacio, que quería explorar, que no estaba segura de quién era realmente en la cama. Omití el nombre de Rita. Todavía no estaba preparada para eso. Él tragó saliva, asintió despacio y dijo que lo pensaría. Dos días después aceptó. “Si eso te hace feliz, amor. Solo prométeme sinceridad.” Le prometí. Y mentí otra vez, porque ya tenía el teléfono en la mano buscando su contacto.Rita.El mensaje fue corto: “¿Café? Tengo que hablar contigo.”Apareció en la terraza con un vestido negro ajustado que marcaba sus tetas perfectas y esas caderas que yo había mordido mil veces. El sol le daba en el pelo corto y negro, y cuando sonrió me temblaron las rodillas. Nos abrazamos como si no hubieran pasado ocho meses desde que lo dejamos. Su perfume era el mismo: vainilla y algo salvaje. Me senté frente a ella y no pude evitar mirar cómo se le marcaban los pezones bajo la tela fina.“Te he echado de menos, Lulú,” dijo sin rodeos. Su voz seguía siendo esa mezcla de terciopelo y fuego.“Yo también,” admití. Y ya está. No hicieron falta más palabras.Esa misma noche estaba en su piso. La puerta se cerró y ya nos estábamos comiendo la boca contra la pared. Sus manos subieron por mis muslos, levantándome la falda, y yo tiré de su camiseta para sacársela. Sus tetas, dios, sus tetas seguían siendo las más perfectas que había tocado nunca: grandes, firmes, con esos pezones oscuros que se ponían durísimos con solo mirarlos. Los chupé como si me fuera la vida en ello mientras ella gemía mi nombre.“Lulú… joder, cómo me pones.”Me llevó a la cama arrastrándome del pelo, suave pero firme, como a mí me gusta. Me tumbó boca arriba y se puso encima, restregando su coño depilado contra el mío. Estaba empapada. Las dos lo estábamos. Sentí su clítoris rozar el mío y me dio un vuelco el corazón.“Te he soñado así mil veces,” susurró mientras se mecía. “Con tu coñito chorreando contra el mío.”No pude más. La agarré del culo y la apreté contra mí, moviendo las caderas como una posesa. Nuestros jugos se mezclaban, resbaladizos, calientes. Sus tetas rebotaban encima de mi cara y yo las lamía, las mordía, succionaba esos pezones hasta que ella gritaba.“¡Más fuerte, hostia, chúpamelas más fuerte!”Me giró de golpe, me puso a cuatro patas y metió dos dedos dentro de mí sin avisar. Grité. Me follaba con la mano mientras con la otra me pellizcaba el clítoris. Yo solo podía empujar el culo hacia atrás, pidiéndole más.“¿Te acuerdas cómo te corriste la primera vez que te metí la lengua en el culo?” dijo con esa voz sucia que me destroza.“Sí… sí, joder, Rita, métemela otra vez.”Y me la metió. Su lengua caliente y húmeda abriéndose paso mientras sus dedos seguían bombeando mi coño. Me temblaba todo el cuerpo. Estaba al borde.“No pares… no pares, por favor… me voy a correr tan fuerte…”“¡Córrete, Lulú! ¡Córrete en mi puta boca!”Y exploté. Un orgasmo que me dejó la vista borrosa, que me hizo gritar como una loca, que me dejó temblando y llorando de puro placer. Ella no paró. Siguió lamiendo, chupando, tragándose todo lo que salía de mí hasta que le supliqué que parara porque no podía más.Luego me tocó a mí devorarla.La tumbé boca arriba, abrí sus piernas y me hundí en su coño como si fuera la última vez que fuera a comer uno en mi vida. Estaba dulce, salada, perfecta. Lamí su clítoris en círculos lentos mientras metía tres dedos dentro y los curvaba buscando ese punto que la volvía loca. Ella se retorcía, agarraba las sábanas, me empujaba la cabeza contra ella.“¡Así, joder, así! ¡Come mi coño, Lulú, cómemelo entero!”Le metí la lengua hasta el fondo, luego subí a su clítoris y lo succioné fuerte mientras mis dedos la follaban sin piedad. Ella empezó a gritar.“¡Me corro, me corro, me corro… no pares, hostia, no pares que me muero!”Y se corrió tan fuerte que me salpicó la cara. Su coño se contrajo alrededor de mis dedos una y otra vez, chorros calientes que me empaparon la barbilla, el cuello, las tetas. Me encantó. Me volví loca lamiéndolo todo.Nos pasamos la noche así: follando, corriéndonos, descansando cinco minutos y volviéndolo a hacer. Con los dedos, con la boca, con el juguete que guardaba en la mesita (un dildo morado enorme que me metió hasta el fondo mientras me comía el culo). Grité tanto que al día siguiente tenía la garganta ronca.Cuando amaneció, estábamos exhaustas, pegajosas, con las sábanas destrozadas. Me besó suave en la frente.“¿Y ahora qué, Lulú?”No supe qué contestar.Los días siguientes fueron un torbellino.Con Javier todo seguía igual: cariñoso, atento, follábamos de vez en cuando y él nunca preguntaba detalles. Yo le contaba lo justo: que había estado con alguien, que me sentía libre, que lo quería. Y era verdad. Lo quería. Pero Rita… Rita era otra cosa. Era fuego puro.Quedábamos tres, cuatro veces por semana. A veces en su casa, a veces en moteles baratos donde nos dábamos igual que nos oyeran gritar. Una tarde me recogió en su coche, me llevó a un parking subterráneo vacío y me folló en el asiento trasero con un strap-on que se había comprado nuevo. Me corrí tres veces seguidas mientras ella me decía guarradas al oído.“Te gusta mi polla, ¿verdad? Te gusta que te folle como una puta en un coche.”“Sí… sí, joder, dame más polla, Rita, rómpeme el coño.”Y me rompía. Literalmente. Llegaba a casa con el coño hinchado, los labios rojos e irritados, oliendo a sexo y a ella.Una noche, después de corrernos las dos con un 69 que duró casi una hora, me abrazó fuerte y me preguntó:“¿Esto es solo sexo o hay algo más?”Me quedé callada. Porque no lo sabía. O sí lo sabía y me daba miedo admitirlo.“Necesito tiempo,” dije al final.Ella asintió, me besó suave y no insistió.Los meses pasaron. Seguí con Javier, seguí con Rita. A veces me sentía la mujer más libre del mundo; otras, la más cobarde. Porque no era capaz de elegir. Porque quería las dos cosas: la calma de Javier y la locura de Rita. Quería despertarme con él tomando café y quería dormirme con su lengua en mi culo.Una noche, después de una cena romántica con Javier, llegué a casa y Rita me estaba esperando en la puerta. Llevaba un abrigo largo y nada debajo. Me enseñó su coño depilado y húmedo en el rellano y me dijo:“Te echo de menos. Fóllame ahora.”Y lo hicimos. En las escaleras. Con el riesgo de que nos pillaran los vecinos. Me sentó en un escalón, abrió mis piernas y me comió el coño hasta que me corrí chillando, tapándome la boca para no despertar a medio edificio. Luego me folló con los dedos mientras yo le comía las tetas. Nos corrimos las dos casi a la vez, temblando, abrazadas, llorando de puro placer.Cuando terminamos, me miró a los ojos.“Te quiero, Lulú. Y sé que tú también. Pero no voy a ser tu secreto para siempre.”Y se fue.Esa noche no dormí. Lloré en la ducha mientras Javier dormía en la cama de al lado. Al día siguiente le conté todo. Todo. El nombre de Rita, los moteles, el parking, las escaleras. Javier me escuchó en silencio, con los ojos llenos de lágrimas. No gritó. Solo dijo:“Te quiero tanto que prefiero compartirte a perderte.”Y me abrazó.Semanas después, los tres cenamos juntos. Fue raro, tenso, hermoso. Rita y Javier se miraron con respeto. Yo estaba en medio, temblando. Al final de la noche, Javier dijo:“Si esto es lo que necesitas… estoy dentro.”No sé qué va a pasar mañana. Sé que ahora duermo algunas noches con Javier y otras con Rita. Sé que a veces los tres acabamos en la misma cama, yo en el centro, con Javier follándome por detrás mientras Rita me come el coño. Sé que me corro como nunca, que grito cosas que nunca pensé que diría en voz alta.Sé que por fin soy honesta.Y sé que, por primera vez en mucho tiempo, estoy exactamente donde quiero estar.
[Yon era un hombre de 40 años, soltero, vivía en una habitación alquilada en casa de Esperanza, una señora de 75 años, viuda, hacia ya 10 años. Un tarde vio que la habitación de esperanza estaba abierta y ella se estaba acariciando su cuerpo, parado en la puerta contemplando esa escena entro en la habitación y....] Yon, vivia en casa de esperanza, una viuda de 75 años. le había alquilado una habitación hasta que le entregaran su apartamento. Una tarde Yon vio la puerta del dormitorio de Esperanza entre abierta y lo que veía le sorprendió, Esperanza estaba tocando desnuda en la cama y se masturbaba. Después de estar observando un rato entró en la habitación de Esperanza, sintió una mezcla de curiosidad y morbo. Esperanza, a sus 75 años, no solo era una mujer con una rica historia de vida, sino que también poseía una chispa de vitalidad que desafiaba su edad. Yon se tumbó en la cama al lado de ella y poniendo su brazo alrededor de su cabeza comenzó a lamerle sus tetas, comerle la b...
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