Hace unas semanas, mientras Irene y yo follábamos como animales en la cama después de una cena con vino, ella volvió a susurrarme lo mismo de siempre, con esa voz ronca que me pone la polla dura al instante: “Quiero sentir otra boca en mi coño mientras tú me miras… quiero que me coman el coño hasta que me corra gritando y tú después me folles como un loco”. Llevaba años diciéndomelo, cada vez que estábamos a punto de corrernos, y yo siempre le respondía que sí, que lo haríamos, pero nunca dábamos el paso. Este año, nuestro duodécimo aniversario, decidí que ya era hora. Reservé a Lucía, una escort preciosa de veintiocho años que encontré en una web discreta y muy bien valorada. Fotos reales, comentarios de parejas que decían que era dulce, limpia y una auténtica diosa en la cama. Le expliqué exactamente lo que queríamos: que viniera a casa, que se centrara en Irene, que la hiciera disfrutar hasta perder la cabeza y que yo pudiera mirar, tocarme y luego unirme cuando no pudiéramos aguantar más.
El día llegó un viernes por la noche. Habíamos cenado fuera, Irene estaba guapísima con un vestido negro ajustado que marcaba sus tetas perfectas y su culo redondo. En el coche de vuelta le dije al oído: “Esta noche vas a tener lo que siempre has pedido, amor”. Ella se quedó quieta un segundo, me miró con los ojos muy abiertos y después sonrió como una niña traviesa. “¿En serio?”, preguntó apretándome la mano. “En serio. Viene a las once”. Se le escapó un gemido bajito y noté cómo se le endurecían los pezones debajo del vestido.Lucía llegó puntual. Vestía un abrigo largo, pero cuando se lo quitó… joder. Llevaba un conjunto de lencería rojo que dejaba poco a la imaginación: tanga de encaje, liguero, sujetador de media copa que apenas contenía sus tetas grandes y naturales. El pelo negro largo, labios carnosos pintados de rojo y una sonrisa que prometía pecado. Irene se quedó sin aliento. Yo también. Nos tomamos una copa de vino los tres en el salón para romper el hielo. Hablamos de tonterías, de la ciudad, del tiempo, pero la tensión sexual flotaba en el aire como humo. Irene no dejaba de mirarla, mordiéndose el labio, y yo ya tenía la polla medio dura solo de imaginar lo que iba a pasar.Subimos al dormitorio. Lucía tomó la iniciativa con una naturalidad que me dejó flipado. Se acercó a Irene, le acarició la mejilla y le dijo bajito: “Relájate, preciosa, esta noche es para ti”. La besó despacio, con lengua, mientras yo me sentaba en la butaca al lado de la cama, con la bragueta apretándome. Irene respondió al beso como si llevara años esperando ese momento. Sus lenguas se enredaban, gemían dentro de la boca de la otra, y yo veía cómo las manos de Lucía bajaban por la espalda de mi mujer hasta apretarle el culo con fuerza.Lucía desabrochó el vestido de Irene y lo dejó caer. Mi mujer se quedó en un conjunto negro de encaje que yo le había regalado: sujetador push-up, tanga y liguero. Estaba tan guapa que dolía mirarla. Lucía le desabrochó el sujetador y sus tetas saltaron libres, los pezones ya duros como piedrecitas. Empezó a chupárselos despacio, lamiendo alrededor, mordisqueando, mientras Irene echaba la cabeza hacia atrás y gemía mi nombre. “Mírala, cariño… mira cómo me come las tetas… me está volviendo loca”.Yo ya me había bajado la cremallera y tenía la polla fuera, dura como hierro, acariciándome despacio para no correrme demasiado pronto. Lucía empujó a Irene hacia la cama y la tumbó boca arriba. Le abrió las piernas con suavidad y le bajó el tanga muy despacio, como si estuviera abriendo un regalo. El coño de Irene estaba empapado, los labios hinchados y brillantes. Lucía soltó un “Joder, qué coño más bonito” antes de bajar la cabeza y empezar a lamerla de abajo arriba, despacio, saboreándola. Irene gritó de placer nada más sentir la lengua. “¡Oh, Dios!… sí, así… cómemelo… cómemelo entero”.Yo no podía apartar los ojos. Ver la cara de mi mujer retorciéndose de gusto mientras otra mujer le comía el coño era lo más erótico que había vivido nunca. Lucía metía la lengua hasta el fondo, chupaba el clítoris, lo succionaba, lo lamía rápido y después lento, como si supiera exactamente lo que Irene necesitaba. Mi mujer tenía las manos enredadas en el pelo de Lucía, empujándola contra su coño, moviendo las caderas como una posesa. “¡Sí, joder, sí! ¡No pares!… me voy a correr… me voy a correr en tu boca!”.Y se corrió. Gritando, temblando, con las piernas apretando la cabeza de Lucía mientras su coño se contraía una y otra vez. Yo casi me corro solo de verla. Cuando Irene abrió los ojos, me miró con cara de vicio total y me dijo con la voz rota: “Ven aquí, amor… métemela ya, no aguanto más”.Me levanté, me quité la ropa en dos segundos y me puse detrás de Lucía, que seguía lamiendo el coño de Irene como si no quisiera parar nunca. Le bajé el tanga rojo, le abrí el culo y vi que ella también estaba chorreando. Le metí dos dedos de golpe y gimió dentro del coño de mi mujer. Estaba ardiendo por dentro. Saqué la polla, me puse un condón (todo muy seguro, muy de 2025) y se la metí hasta el fondo de un solo empujón. Lucía gritó de gusto y empujó hacia atrás, pidiéndome más.Empecé a follarla fuerte mientras ella seguía comiendo a Irene. Cada embestida hacía que la lengua de Lucía se hundiera más en el coño de mi mujer. Era una cadena de placer brutal. Irene no dejaba de gemir: “¡Fóllala fuerte, cariño!… ¡fóllala mientras me come el coño!… ¡me encanta verte la polla dentro de ella!”.Lucía levantó la cabeza un momento, con la cara brillante de los jugos de Irene, y dijo jadeando: “Quiero que me folléis los dos… quiero sentarme en su cara mientras tú me das por detrás”. Irene se volvió loca con la idea. Se colocó de rodillas en la cama, Lucía se subió encima de su cara y empezó a restregarle el coño por la boca. Mi mujer lamía como si le fuera la vida en ello, metiendo la lengua hasta el fondo, chupando el clítoris de Lucía con hambre. Yo me puse detrás, le abrí el culo a Lucía y se la metí otra vez, esta vez más profundo, más rápido. Cada vez que empujaba, el coño de Lucía se aplastaba contra la boca de Irene.Lucía empezó a gritar: “¡Sí, joder, sí!… ¡me vais a hacer correr!… ¡no paréis, cabrones!”. Irene gemía dentro de su coño, yo la follaba como un animal, agarrándola de las caderas. Noté cómo el coño de Lucía se apretaba alrededor de mi polla, cómo empezaba a temblar. “¡Me corro!… ¡me corro en la boca de tu mujer!… ¡sí, sí, sí!”. Se corrió tan fuerte que casi se cae, chorros de placer saliendo de su coño que Irene bebía con ansia.Yo ya no podía más. Saqué la polla, me quité el condón y me puse delante de Irene. Ella abrió la boca como una buena chica y me la chupó con ganas, saboreando los jugos de Lucía que todavía tenía en los labios. Lucía se tumbó a su lado, acariciándole las tetas mientras yo me follaba la boca de mi mujer. “Córrete en mi boca, amor… quiero tragarme toda tu leche… d’lla toda”, me suplicó Irene entre mamada y mamada.No aguanté más. Le agarré la cabeza y empecé a correrme dentro de su boca, chorro tras chorro, mientras ella gemía y se tragaba todo. Cuando terminé, Lucía se acercó y la besó, compartiendo mior mi corrida entre sus lenguas. Fue tan guarro y tan bonito a la vez que casi me pongo duro otra vez.Nos qued Casey los tres en la cama, sudados, agotados, riéndonos como tontos. Lucía se duchó, se vistió y se fue con una sonrisa y un “Gracias por la noche más increíble de mi vida”. Irene y yo nos quedamos abrazados, todavía temblando de placer. Me miró a los ojos y me dijo: “Te quiero, cabrón. Ha sido el mejor regalo del mundo”. Yo solo pude besarla y pensar que, joder, doce años casados y nunca habíamos follado tan bien como esa noche.por:© Mary Love

Comentarios
Publicar un comentario