Era el día del desfile de Victoria’s Secret. Me desperté de un sobresalto, con el corazón latiéndome como si hubiera estado corriendo por esa pasarela interminable, bajo luces cegadoras y el rugido de miles de voces que gritaban mi nombre. Respiré agitada, desorientada, y tardé varios segundos en darme cuenta de que todo había sido un sueño. Pero mi cuerpo no lo sabía. Mi coño estaba empapado, hinchado, palpitando con una urgencia casi dolorosa. Sentí mi clítoris tan sensible que hasta el roce de la sábana me hizo contener el aliento. Me quedé quieta un momento, mirando el techo, dejando que el calor se extendiera por todo mi vientre, por mis pezones duros, por la nuca.
Cerré los ojos y el sueño volvió a mí como una ola.
En el sueño yo era una de ellas. Una de las ángeles. Caminaba descalza por la pasarela con unas alas enormes de plumas blancas que apenas me rozaban la espalda, un conjunto rojo sangre que me apretaba las tetas y me dejaba el culo casi al aire. El tanga era tan pequeño que cada paso hacía que la tela se me clavaba entre los labios, frotándome el clítoris con cada contoneo. Sentía las miradas encima de mí como manos. Miles de ojos devorándome. Y entre toda esa multitud, había uno que me quemaba más que los demás: un hombre de traje negro, de pie al final de la pasarela, con la mandíbula apretada y una erección evidente bajo la tela cara del pantalón.
Cuando terminé mi turno y bajé del escenario, él ya me estaba esperando entre bastidores. Sin mediar palabra me agarró de la cintura, me empujó contra una pared llena de cables y focos apagados, y me besó como si quisiera comerme viva. Sus manos grandes manos me arrancaron el sujetador de un tirón; mis tetas saltaron libres y él las devoró. Me chupó los pezones hasta hacerme gemir contra su boca, mordiéndolos justo lo suficiente para que el dolor se mezclara con el placer y me hiciera arquearme contra él.
—Estás empapada —me susurró al oído mientras metía la mano dentro del tanga—. Tu coño está chorreando por mí.
Y era verdad. Me metió dos dedos de golpe, sin aviso, y yo grité contra su cuello. Los movía rápido, curvándolos para rozarme ese punto que me hace perder la cabeza. Yo le bajé la cremallera con dedos temblorosos y saqué su polla. Era gruesa, caliente, venosa, y palpitaba en mi palma como si tuviera vida propia. Me arrodillé sin que me lo pidiera. La lamí desde la base hasta la punta, saboreando esa gotita salada que ya brotaba, y luego me la metí entera hasta la garganta. Él gruñó, me agarró del pelo y empezó a follarme la boca sin piedad. Me ahogaba, pero me encantaba. Sentía las babas resbalándome por la barbilla, las lágrimas en los ojos, y aun así quería más.
Me levantó como si no pesara nada, me abrió de piernas y me empaló contra la pared. Su polla me abrió de una sola embestida brutal. Grité tan fuerte que seguro alguien tuvo que oírnos, pero no me importaba. Me follaba con rabia, con ganas acumuladas, como si hubiera estado soñando conmigo toda la noche. Cada golpe me llegaba hasta el fondo, me rozaba el cérvix, me hacía ver estrellas.
—Dime que te gusta —me ordenó.
—Me encanta… me encanta que me folles así… rómpeme el coño… —le respondí sin aliento.
Y él obedeció. Me clavaba tan fuerte que mis alas se soltaron y cayeron al suelo. Me corrí la primera vez ahí mismo, apretándolo tanto que casi lo saca. Sentí cómo me contraía alrededor de su polla, cómo mi jugo le resbalaba por las bolas. Pero él no paró. Me bajó, me puso a cuatro patas entre cajas de maquillaje y plumas, y volvió a entrar por detrás. Me agarró de las caderas y me dio hasta que mis rodillas temblaron. Me metió un dedo en el culo mientras me follaba el coño, y eso fue demasiado. El segundo orgasmo me partió en dos. Grité su nombre (ni siquiera sabía cuál era) y me corrí tan fuerte que me salió un chorro que empapó el suelo.
Cuando él se corrió dentro de mí, sentí cada latigazo caliente inundándome, marcándome. Me quedé temblando, con su semen resbalándome por los muslos, mezclándose con mis propios jugos.
Y entonces desperté.
Abrí los ojos en mi cama, sola, con la habitación a oscuras salvo por la luz del amanecer colándose por la persiana. El sueño se desvanecía, pero la necesidad no. Mi coño seguía latiendo, exigiendo. Me quité la camiseta con un movimiento impaciente y me quedé completamente desnuda. Me abrí de piernas sin ceremonias, sin preliminares. Estaba tan mojada que los dedos se me resbalaron al primer toque. Me acaricié el clítoris en círculos lentos al principio, recreando la sensación de él en mi mente. Imaginé que era su lengua la que me lamía, que me chupaba el clítoris hinchado hasta hacerme gemir alto.
—Así… chúpame más fuerte… méteme la lengua dentro…
Mis caderas se alzaban solas, buscando más presión. Me metí dos dedos y empecé a bombear rápido, fuerte, sin delicadeza. El sonido era obsceno: el chapoteo de mis jugos, mis gemidos cada vez más altos, el roce de mis tetas contra mi propio antebrazo mientras con la otra mano me pellizcaba mis pezones duros como piedrecitas.
Pensé en cómo me había follado por detrás, en cómo me había llenado de leche. Me metí un tercer dedo y grité. El estiramiento era perfecto. Me follaba a mí misma con saña, imaginando que era él otra vez, que me agarraba de las caderas y me usaba sin piedad.
—Fóllame más fuerte… rómpeme… quiero sentirte hasta el fondo…
El orgasmo me golpeó como un tren. Me arqueé entera, las piernas temblando, el coño contrayéndose alrededor de mis dedos, un chorro caliente salió disparado y empapó la sábana. Grité sin importarme si los vecinos me oían.
Pero no era suficiente. Nunca es suficiente cuando el sueño ha sido tan real.
Me levanté, tambaleante, y abrí el cajón de la mesita. Saqué mi juguete favorito: el Satisfyer grande, el que parece una polla de verdad, grueso, venoso, con vibración profunda. Lo encendí y el zumbido llenó la habitación. Me tumbé de nuevo, abrí las piernas hasta que me dolieron las ingles, y lo puse en la entrada de mi coño todavía palpitante.
Lo empujé despacio, sintiendo cómo me abría centímetro a centímetro. Cuando lo tuve hasta el fondo, encendí la vibración al máximo y empecé a follarme con él. Rápido, salvaje. Mis tetas rebotaban con cada embestida. Me imaginaba que era él otra vez, que me follaba mientras las otras modelos miraban, que me lamían las tetas, que me metían los dedos en el culo mientras él me taladraba el coño.
—Quiero correrme otra vez… quiero que me llenes… quiero tu leche caliente dentro…
El segundo orgasmo fue más intenso que el primero. Me corrí tan fuerte que vi blanco. El juguete salió disparado y otro chorro más grande empapó todo. Me quedé temblando, jadeando, con el corazón latiéndome en las sienes.
Cuando por fin pude respirar, me quedé un rato ahí, abierta, expuesta, satisfecha pero todavía con esa hambre profunda que solo los sueños así dejan.
Encendí la tele. El desfile empezaba en unas horas. Sonreí perezosa.
Tal vez esta noche vuelva a soñar lo mismo.
Tal vez esta vez no despierte tan pronto.


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