Era una noche de viernes cualquiera en nuestro piso de Madrid, de esos que huelen a jazmín del balcón y a sexo que ya se intuye desde la cocina. Diego acababa de cerrar el portátil después de una semana infernal en la consultora y yo, María, había dejado el móvil en silencio tras contestar los últimos mensajes del grupo de madres del colegio. Treinta y siete años, dos hijas durmiendo en la habitación del fondo y, aun así, el deseo nos seguía golpeando como si tuviéramos veinticinco.Nos metimos en la cama sin hablar mucho. Solo miradas. Él se quitó la camiseta y yo me quedé en bragas y camiseta de tirantes, esa que se me pega al pecho cuando estoy caliente. Diego se acercó, me besó el cuello y ya noté su erección contra mi muslo. Nos conocemos tanto que no hacen falta preámbulos largos, pero esa noche él tenía esa chispa traviesa en los ojos que me dice que quiere jugar.—¿Te acuerdas de lo que hablamos la semana pasada? —susurró mientras me quitaba la camiseta y me lamía un pezón hasta hacerme jadear.Claro que me acordaba. Habíamos estado bebiendo vino en el sofá y, entre broma y broma, salió el tema de los clubs de parejas. Al principio fue una risa, pero luego nos dimos cuenta de que los dos nos mojábamos solo de imaginarlo. Yo nunca lo había confesado del todo, pero la idea de que otro hombre me tocara mientras Diego miraba me ponía cardiaca. Y a él… a él le volvía loco imaginarme abierta, disfrutando, siendo la puta de la noche.Empezó a bajarme las bragas despacio, besando mi vientre, mi ombligo, hasta que llegó a mi sexo ya empapado. Me abrió las piernas sin prisa y pasó la lengua por todo mi coño de una sola vez, larga, lenta, como si quisiera saborear cada pliegue.—Joder, María… estás chorreando —dijo con la voz ronca.—Porque me estoy imaginando que no eres tú —le solté, juguetona, y vi cómo su polla dio un brinco contra el colchón.Él levantó la cara, brillando de mí, y sonrió como un demonio.—¿Con quién te estás imaginando que te como el coño, amor?—Con… con Álvaro, ese amigo tuyo del gimnasio. El moreno que siempre me mira el culo cuando cree que no me doy cuenta.Diego soltó un gruñido y me metió dos dedos de golpe mientras su lengua se centraba en mi clítoris, dando círculos rápidos, sin piedad.—¿Te gusta que te coma el coño otro tío mientras yo miro? ¿Eh? Dime.—Sí… joder, sí… me encanta… —gemí, agarrándole el pelo—. Me pone cachonda que me veas siendo una guarra con otro.Él se incorporó, se puso de rodillas entre mis piernas y se sacó la polla, dura como una piedra, con la punta ya mojada. Me miró a los ojos mientras se la acariciaba despacio.—Ahora imagínate que estamos en ese club del que hablamos… ese de la calle Embajadores. Luces rojas, música profunda… y yo te llevo de la mano hasta una cama redonda en medio de la sala. Todos nos miran. Y yo te digo: «María, abre las piernas, que hoy vas a follarte a quien te dé la gana».Me mordí el labio tan fuerte que casi me hago sangre. Me encantaba cuando se ponía así, sucio, sin filtros.—Y tú… ¿qué harías? —pregunté, ya tocándome yo misma mientras lo veía pajearse.—Me sentaría en una butaca, con la polla fuera, y miraría cómo un tío te coge por detrás mientras otro te come las tetas. Y tú gritando de gusto, pidiendo más polla, más lengua… como la zorra que eres cuando te sueltas.No pude más. Me incorporé, me puse a cuatro patas y le ofrecí el culo.—Métemela ya, Diego… fóllame mientras me cuentas cómo me follan otros.Él no se hizo de rogar. Me agarró de las caderas y me embistió de una sola estocada, hasta el fondo. Grité. Me encanta cuando entra así, sin aviso, sintiendo cómo me abre entera.—Así… así te follaría el moreno del gimnasio… te daría fuerte, sin preguntarte… mientras yo te miro y me corro viéndote gozar.
Empecé a mover el culo contra él, buscando más profundidad.—Y luego vendría una tía… una rubia con tetas enormes… y se pondría debajo de mí para lamerme el clítoris mientras tú me follas… ¿te gustaría verme comer coño ajeno, amor?Diego me dio una nalgada que resonó en toda la habitación.—Joder, sí… me correría solo de verte la cara mientras te lame otra mujer… ver cómo te retuerces, cómo te corres en su boca.Yo ya estaba al límite. Me giré rápido, me tumbé boca arriba y abrí las piernas todo lo que pude.—Ven… cómete mi coño otra vez… pero ahora imagínate que soy yo la que está en medio de la sala, con tres tíos y dos tías alrededor… todos tocándome.Diego se lanzó entre mis piernas como un animal. Su lengua era puro fuego: lamía mis labios, chupaba mi clítoris, me metía la lengua hasta el fondo como si quisiera follarme con ella.—Lame mis pliegues… sí… así… pasa tu lengua por todo mi coño… —gemía sin control—. Imagina que otro tío te está mirando… que se está pajeando viéndote comer el coño de tu mujer… que luego se va a correr encima de mis tetas.Él levantó la cabeza un segundo, los labios brillando.—Me muero si te veo así… cubierta de leche ajena… con la cara de vicio que pones cuando te corres de verdad.Volvió a atacarme el clítoris, succionando fuerte, mientras me metía tres dedos y me follaba con ellos sin compasión. Yo ya no podía más.—Voy a correrme… joder, Diego… no pares… lame mi clítoris… chúpamelo fuerte… ¡sí, sí, SÍ!El orgasmo me atravesó como un rayo. Me arqueé entera, grité su nombre y el de gente que ni siquiera conocía, me temblaron las piernas y sentí cómo me corría a chorros en su boca. Él lo bebió todo, lamiendo sin parar hasta que le supliqué que parara porque no podía más.Pero Diego aún no había terminado. Se puso encima de mí, me abrió otra vez las piernas y me penetró de nuevo, esta vez lento, mirándome a los ojos.—Ahora te voy a llenar… pero imagínate que no es mi leche… que es la de todos los que te han follado esta noche en el club… que te han usado como la puta que eres y ahora vas llena de corrida hasta el útero.Eso me volvió loca otra vez. Le clavé las uñas en la espalda.—Lléname… dame tu leche… quiero sentir cómo me inundas… quiero irme a dormir con el coño lleno de ti… y mañana seguir imaginando que es de otro.Él aceleró, embistiendo fuerte, profundo, los huevos golpeando contra mi culo.—Te voy a dejar el coño hecho papilla… para que mañana cuando vayas al gimnasio todavía te chorree… y Álvaro lo huela… y sepa que eres una zorra que se deja llenar.Eso fue el detonante. Diego gruñó como un animal, se clavó hasta el fondo y se corrió dentro de mí con tanta fuerza que sentí cada chorro caliente golpeando mis paredes. Yo me corrí otra vez con él, apretándolo con el coño, ordeñándolo, sin dejar que saliera ni una gota.Nos quedamos así un rato largo, sudorosos, jadeando, con su polla todavía dentro de mí palpitando. Luego me besó suave, casi con ternura.—Te quiero, María… joder, cómo te quiero.—Y yo a ti, amor… gracias por dejarme ser tu puta de vez en cuando.Nos reímos bajito, nos abrazamos y nos dormimos así, pegajosos, satisfechos, con la promesa silenciosa de que algún día, tal vez, esa fantasía deje de ser solo una fantasía.


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